En España existe una tradición oscilatoria para juzgar la vida que va del elogio al vituperio, sin medir el tamaño de los impactos, tampoco en algo tan sensible y trascendental como la educación. La reciente publicación de la encuesta de la OCDE sobre la influencia de las capacidades personales en la consecución de mejores perspectivas y empleo (Piaac), ha sido tomada como un PISA para adultos por algunos medios de comunicación, que le han dedicado rimbombantes y negativos titulares. A su vez, la secretaria de Estado de Educación, que sigue anclada en las teorías de la mediocridad educacional, la ha utilizado para derramar ideología y acusar a la Logsee de todos los males presentes y futuros. Tanto lo uno como lo otro son solamente matices de la verdad. Seguramente hay dos causas muy claras del bajo tono educativo de los adultos españoles en relación con los otros países: el pésimo punto de partida y las continuas reformas de la enseñanza.
¿Acaso se ha olvidado el tipo de enseñanza que predominaba en España hasta la generalización de la educación obligatoria tras la Ley Villar? Es más, la falta de escuelas o su estado deplorable era algo generalizado hace cuarenta años, en particular en las crecientes zonas urbanas. Afortunadamente, las construcciones de colegios e institutos tras los Pactos de la Moncloa permitieron la creación de millones de puestos escolares. Aun así, el peso social de la educación y la cultura era todavía bajo. Pero algún cambio se produjo, pues la OCDE afirma en sus dos últimos estudios sobre el panorama educativo mundial que la transformación en España está entre las más notables de los últimos cincuenta años. En el reciente Piaac esta progresión solo es superada por Corea del Sur, tanto en lectura comprensiva como en resolución de problemas. A pesar de este reconocimiento, este último estudio apremia a España a mejorar varios indicadores que ponen en suspenso el futuro, como también sugiere a otros países.
Por otra parte las continúas reformas educativas que han padecido tanto la educación obligatoria (seis) como la universitaria (que forma a los futuros profesores) en los últimos cuarenta años no se han hecho pensando en el alumnado ni tampoco en la trascendencia de sus saberes para desenvolverse en la vida cotidiana, sino mas bien para dar lustre al equipo ministerial que las impulso. Se ha achacado a la Logse el origen de todos los males. Es cierto que peco de inocencia, pues se empeño en formulas pedagógicas sin eficacia probada, que no todo el profesorado estaba preparado para asimilar y que quizás el entorno social no entendió. Pero fue de las pocas que conto con un acompañamiento económico que renovó la escuela y su administración. Además, no ha sido la única reforma frustrada, si miramos los resultados del Piaac.
Dice este informe que en algunos indicadores no estamos tan lejos de Estados Unidos o Francia. Se aprecia también que los niveles descienden a medida que se sube en los tramos de edad. Los expertos lo atribuyen a que a partir de los 25 años ya no se cultivan los saberes porque no tienen aplicabilidad inmediata o porque la sociedad tampoco incentiva la formación cultural permanente. Pero los resultados, que deben mejorar bastante, deben tomarse siempre con cautela, porque se mide con un instrumento universal mientras que los puntos de partida son muy diversos. Además, en cada país no se aprende con similares estrategias ni las materias insisten en los mismos contenidos. Pensemos si cuando estudiamos la mayoría de los españoles la escuela enseñaba para la vida, lo que en parte mide este informe, o se preocupaba más de que se acumulasen contenidos.
Al final de todo, casi siempre se cumple aquello de quien no se educa no progresa. Si existe mediocridad educacional habrá que apelar a nuestros dirigentes (entre ellos los actuales presidente del gobierno y jefe de la oposición, que fueron ministros de Educación), que no han sido capaces de concertar una reforma educativa tan consistente que pudiera durar varias décadas y tan flexible que permitiera resolver las carencias de su aplicación. El último ejemplo de desacuerdo (la Lomce) nos augura que seguiremos padeciendo pesares por nuestra escuela, como los que el profesor Antonio Machado sufría hace cien años por la monotonía de la de entonces.
Por: Carmelo Marcén Albero