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Tras la DANA, hemos visto cómo la solidaridad de la gente común se enfrentaba cara a cara con la frialdad de quienes solo ven oportunidades para reforzar su imagen. Miles de personas con recursos escasos han dedicado su tiempo, su esfuerzo y hasta su salud para ayudar a quienes lo han perdido todo, dejando de lado sus propias necesidades para ofrecer apoyo incondicional. Sin embargo, mientras estas manos anónimas levantaban lodo y escombros, algunos ricos simplemente arrojaban migajas desde su pedestal, esperando el aplauso fácil.
Esta disparidad no es casualidad; es el reflejo de un sistema que glorifica a quienes más tienen y menos arriesgan, mientras invisibiliza el sacrificio genuino de quienes sostienen la sociedad con su trabajo desinteresado. Aplaudimos al que posa para la foto y olvidamos al que suda sin reclamar nada. Es el síntoma más claro de una sociedad que necesita replantearse sus valores y priorizar a quienes realmente importan: las personas que construyen comunidad desde abajo.