Con ocasión del momento histórico que ha sido la elección de Donald Trump como 45º presidente de los Estados Unidos de América. Reproduzco aquí un post que colgó en Facebook mi amigo periodista Juanjo F. Cerero en su página personal:
Mis cuatro líneas (quizá alguna más) sobre #LoDeTrump y los problemas generalizados en Occidente que deja a la vista, expuestos y sangrantes.
1. Las encuestadoras, los politólogos y sus modelos tienen un problema. O viven en la misma burbuja que la clase política y los medios de comunicación, haciendo un esfuerzo consciente por evitar o minimizar a una parte importante de la población, que es la que menos luce enseñar en los resultados. Se entiende así que los damnificados por esta esta estrategia tengan un rechacen de manera visceral el trato con la encuestadora.
Además, conviene desmitificar los modelos estadísticos y algoritmos de los que se han pavoneado estos días los medios más importantes de Estados Unidos, y de los que viven gurús del humo como Nate Silver. Los modelos y los algoritmos no son más que opiniones convertidas en sistema y traducidas a un lenguaje particular. Si se tiene en cuenta que sólo un medio de comunicación masivo en Estados Unidos predijo de manera estable la victoria de Trump (el Los Angeles Times), el ciclo de retroalimentación está claro: Queremos que gane Hillary, hagamos algo para que el modelo sea coherente con este apriorismo, publiquemos los resultados y sentémonos a esperar a que la realidad se parezca a lo que acabamos de publicar. Sólo que a veces ese momento nunca llega.
Lo que me lleva a2. Los periódicos, que debieran ser espejo de la sociedad, se vuelven hoja parroquial, ciegos y cargados de preceptos. Los analistas se debatirán hoy entre el apocalipsis y los llamamientos a la calma por la dignidad y el honor del pueblo americano, pero creo que el mayor problema es que parece que se están quedando sin público, que le están hablando a nadie. Muchos medios (y estoy pensando en el New York Times) han querido hacer equilibrio en una cuerda floja. Mantener una equidistancia irritante entre los candidatos, como si las todas las ideas o las palabras fueran verdaderamente iguales entre sí, sin importar su contenido, sin importar si se habla de reducir la desigualdad o de agarrar a las mujeres del coño porque eres una estrella. La equidistancia se ha combinado con una dura política editorial contra Trump como candidato. No resulta difícil imaginar que parte importante de los votantes estadounidenses pueden haber percibido esto como una hipocresía y hayan actuado en consecuencia.
(P.S.: poner gráficos con muchos colores que se mueven mucho pero no acertar en los análisis, ni en las previsiones, ni en la cobertura general no es hacer periodismo, por muy vistoso que eso sea y lo mucho que luzca en los tuits.)
[El mundo real no se parece a Twitter]3. Ya es hora de levantarse del sofá y hacer algo por nuestro propio culo (político). La candidatura de Trump es el resultado de la incapacidad del sistema político surgido de las reformas de los ochenta de responder a las necesidades de unas clases medias cada vez más empobrecidas y alienadas, condenadas a cargar sobre sus espaldas el peso de las jugadas estúpidas de los opulentos y los poderosos, a los que sí se les permite cubrirnos a todos de mierda mientras silban y miran hacia otro lado.
Nunca ha habido tanto dinero líquido en el mundo, y pocas veces ha estado más concentrado y peor repartido. Ni siquiera es la primera vez que ocurre.
Lo que quizá sí sea novedad es que quienes deberían haber planteado un discurso político alternativo entregaron las armas hace ya muchos años y todavía no han tratado en serio de cambiar de planes. España es una honrosa excepción, donde el partido contestatario con este estado de cosas se coloca a la izquierda. Pero es razonable que en el mundo donde esa izquierda ha entonado con alegría y entusiasmo el himno del «No hay alternativa» la alternativa se busque a la derecha del dinero y se dote de los símbolos del nacionalismo y el identitarismo conservador, exclusivo y reaccionario.
Los partidos progresistas tradicionales de Occidente llevan décadas dándole a sus votantes mierda de gato para comer y previniéndoles de que hace frío ahí fuera. Haciéndoles tragar candidatos mediocres y programas políticos poco ambiciosos -cuando no directamente contrarios a sus propios intereses-, marionetas en las que no resultaba difícil ver a los ventrílocuos, argumentando que lo otro es peor y exhortando a que todos lo vieran así. Mucha gente ha decidido no tragarse eso, no aceptar la mediocridad como mal menor. Lo que no quiere decir que escojan algo excelente (en este caso, no lo había entre los candidatos, ni siquiera en Jill Stein). Simplemente, no se conformarán con eso; harán otra cosa, lo que sea. Como votar a Trump o quedarse en casa en la cita electoral más importante en décadas.
Los partidos están aprendiendo, derrota a derrota, que los votantes no tragarán cualquier cosa sólo porque se repita mucho aquí y allá tirando de argumentario.En resumen: Occidente necesita lo antes posible un proyecto político alternativo, transnacional y ambicioso, que recupere la política redistributiva y un relato de ambición que permita resistir a la apatía y el cinismo. Eso o acostumbrarnos a que lo de hoy es la normalidad del futuro, y todo será cada vez más normal, hasta que todo explote.
4. La elección de Trump es, muy en el fondo, un triunfo de la democracia. A veces -este año, muchas veces- ocurre lo impensable, aquello contra lo que se ha orquestado una campaña en la que participa todo el poder. Puede que los mercados, los inversores, los grandes donantes, la industria farmacéutica y petrolera, no quisieran la incertidumbre de tener que tratar con Trump. Lo han hecho saber, han intentado presionar, a través de los medios de comunicación que controlan, aunque no tanto ni de manera tan directa y vulgar como aquí. Los estadounidenses se han negado a tragarse ese discurso. Aunque, quizá peor, hayan elegido creerse Fox y Breitbart. Un triunfo de la democracia. En toda su miseria.